31 diciembre 2008

despedida (+ autoretrato)








'Y que no rocen la herida,

no me ofrezcan otro trato,

no me vayan a engañar,

es la forma más sencilla

cuando eludes tu pasado

de no, de no volverlo a pisar. '




y así me despido de este año de heridas, de viajes, de amor y desamor.

19 diciembre 2008






'No existe libertad que no conozca,
ni humillación o miedo
a los que no me haya doblegado.
Por eso sé de amor,
por eso no medito el cuerpo que te doy,
por eso cuido tanto las cosas que te digo.'
"Resumen", Luis García Montero




Aunque siga el frío...

18 noviembre 2008

Carlos (notas antiguas)

Carlos es un ave nocturna. Dibuja en el sogiorno mientras yo tomo estas notas, aunque él piense que leo. Escoge una lámina de entre cuarenta, la coloca en vertical, luego en horizontal. Empieza a dibujar sobre el papel pálido. No se decide, borra las líneas casi invisibles antes trazadas, sacude la lámina, dejando el suelo lleno de restos de goma. Parece que prefiere hacer bocetos en un folio antes de dedicarse a la versión definitiva. DIN-A4. Esboza la silueta de muchos animales que yo ni tan sólo recuerdo haber visto jamás. Ahora sí parece estar satisfecho. Vuelve a colocar la lámina DIN-A3, primero en vertical para, finalmente, situarla horizontalmente. Empieza el trabajo definitivo. El lápiz es parte de su mano, de su brazo, de su tronco, de su alma. Sí, Carlos dibuja con el alma, y la tiene de artista. Parece imaginar al son de la música, parece que la música lo lleve a imaginar ese pavo real, orgulloso, con corona. Con las acuarelas da vida a esos animales que yo no conocía, hasta ahora.

Morelliana (I)

Hay días en los que parece que acabo de trasladarme, aunque ya hayan pasado un par de meses de días largos y fríos desde que estoy aquí, desde que miro por las mismas ventanas hacia una ciudad que no es, de momento, muy mía. Poco o mucho podría decir sobre lo que me rodea: conozco las paredes de mi casa, también el barrio y la (mi) ciudad, y sus rincones, pero, sobre todo, puedo decir que conozco al vecino del primer piso y que, si no es así, dejo que mi imaginación lo invente a su antojo.
El primer día la Piazza del Carmine me pareció triste. Ascendí por las escaleras descuidadas del palazzo en el que íba a vivir contenta, a la par que intrigada. Me fuí fijando en cada uno de los campanelli, donde figuran los nombres de los propietarios. La mayoría de esos nombres me parecieron extraños, desconocidos, o italianos, sin más, pero hubo uno que me hizo sonreír: Morelli.
Morelli dejó París por Firenze, estoy convencida. Lo describo como un anciano, pues así lo imagino desde el ventanal de mi cocina. Con la distancia que impone, severo, el patio interior del edificio, me es muy difícil ver con exactitud al sr. Morelli. De momento sólo puedo decir que el vecino escribe mecánicamente: por la mañana, con una taza de café al lado derecho de su Olivetti (no alcanzo a distinguir el modelo desde mi ventana), el cenicero a la izquierda (debe ser zurdo), a mediodía, después de comer, al atardecer, por la noche (cuando cambia café por vino, Olivetti por ordenador portátil).

07 septiembre 2008

crónicas berlinesas a destiempo (III)

Transcribo:


12 Agosto '08

Friedrichshain, Berlín

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"Dormir, entonces, el olvido pequeño"

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Al mirar la foto veo los ojos de J. Esta tarde, de camino a Casiopeia, cruzando el puente de Warschauer Str., lo he comprendido todo. A veces un gesto basta, no me cansaré de repetirlo, lo sé. Y hoy ese gesto ha sido suficiente para saber por qué estoy aquí, por qué nos hemos encontrado, por qué estoy cansada de salir huyendo cuando se nubla.
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Nos despedimos rápido, sin saber, una vez más sin ni siquiera sospecharlo, que vamos a vernos en un par de horas. Cristina acaba de llamarme, ya están en Berlín, después de 3 días y 1800 kms. Voy hacia la parada de metro casi corriendo, sonriendo, quiero pasar por el quiosco a comprar cervezas antes de que lleguen a casa. El metro no llega, la línea U1 está en obras, los retrasos son habituales. Suena el móvil, se han perdido, pero alguien les indica amablemente, y Alberto asiste con la cabeza, aunque no tiene ni idea de alemán. Me subo en el primer vagón.
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Espero impaciente en el puente, pero no llegan. Vuelve a sonar el móvil, intento indicarles, mapa en mano, pero es conocida mi falta de orientación. Decido subir a casa y diez minutos después me reúno con ellos en el portal. Con su llegada empieza otro viaje para mí, aunque, una vez más, ni lo imagine. Alberto cumple años hoy, hay mucho que celebrar.

05 septiembre 2008

crónicas berlinesas a destiempo (II)

Transcribo:

9 de agosto '08
Kreuzberg, Berlín
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*Son las siete de la mañana. Escribo desde la terraza de mi apartamento, mientras tomo café, antes de irme a la cama.
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Ver amanecer paseando por la isla de los museos es fantástico, sobre todo después de haber pasado horas y horas charlando en un 'bar de playa', como dicen aquí, artificial, dentro de una casa ocupa que dejará de serlo pronto, con gente que hace escaso tiempo que conoces, gente que, aparentemente, es tan diferente a ti, aunque en el fondo no lo sea tanto.
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La noche empezó por la tarde, cuando te fuiste con J., un amigo madrileño con el que compartes las clases de alemán y, aunque aún no lo sepas, compartirás algo más,y comprastéis cervezas en un turco que hay cerca de su casa, y subistéis a su apartamento, donde A., su amigo de la facultad y compañero de viaje había preparado un couscous con verduras delicioso, y lo que debía ser una cena más o menos rápida se convirtió en una velada encantadora cuando apareción J.A. y M. con más cervezas, y nos demoramos más de la cuenta debatiendo sobre asuntos que podían esperar.
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En la calle hacía frío, y decidiste pasar por casa (aunque se te haga muy extraño, es tu casa) a cambiarte, antes de ir hacia el café Zapata, donde hace ya un par de horas debiáis haberos reunido con otros compañeros del curso. Y una vez allí seguís tomando cerveza, y charlando, mientras subís por las escaleras grafiteadas de la antigua fábrica y visitáis cada uno de los espacios abiertos a esas horas, donde artistas berlineses trabajan en su obra, exponen y venden, o mientras las bajáis bailando, porque a L. le chifla la canción que suena desde la terraza, y te coge y arrastra con ella, descalzas, a bailar sobre la arena (artificial) de ese bar de playa custodiado por palmeras exiliadas, hasta que empieza a ser claro y os dáis cuenta de que son casi las seis de la mañana.
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Entonces, sales del lugar y te hallas a ti misma mirando al cielo, mientras tus compañeros esperan impacientes una ración de nuddels en el quiosco. Empezáis a caminar y la vuelta a casa se te hace eterna, hasta que, girando a la derecha por una calle que hasta entonces no conocías, te encuentras de frente con el río y caminas hacia el amanecer, que parece esconderse tras el BodeMuseum.

03 septiembre 2008

crónicas berlinesas a destiempo (I)

Transcribo:

1 de agosto '08
Kreuzberg, Berlín
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En el café de la esquina hay jazz en directo. De haberlo sabido antes no me hubiese costado tanto salir de casa. Es mi primer día gris aquí, aunque me despertaron los rayos del sol. De un momento a otro, sin que nadie se dé cuenta, empieza a llovr, pero sin dejar de hacer calor, y eso me gusta. El calor de estos días es lo único que me acerca a casa, a mi casa. El alemán es lo que me aleja de todo, aunque la gente se muestre cercana.
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Creo que, hasta ahora, jamás me había sentido realmente sola. Por eso, quizás, me refugio en los cafés. En ellos mi inglés es extraño, estrangero, aunque el camarero me sonría divertido. El hombre del saxo pasa su gorra entre las mesas, espero que mi contribución sirva de algo, la suya me ha alegrado la tarde.
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Llega Guillem y se sienta a mi lado, al estilo parisino, dice él. Tras otro café rápido paseamos juntos hasta la parada de metro más cercana a casa de Hanna y Juan. Me reúno con ellos y con el pequeño para salir a cenar. Con ellos los minutos vuelan. Tomamos pizza y cerveza cerca del río, al otro lado del muro. Julián sonríe mientras duerme en el 'trapo', como le llaman ellos, sobre los senos de su madre. Volvemos a pasear, y a tomar más cerveza, pero esta vez en un BierGarten. La lluvia nos devuelve a casa, pero sin frío.
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4 de agosto '08
Charlottenburg, Berlín
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Leo y copio en mi cuaderno:
"Cómo decirlo a nadie si tú mismo no podrías saber que la mención de tu nombre, el paso de tu imagen en cualquier recuerdo ajeno me desnuda y me vulnera, me tira en mí misma con ese impudor total que ningún espejo, ningún acto amoroso, ninguna reflexión despiadada pueden dar con tanto encono; que a mi manera te quiero y que ese cariño te condena porque te vuelve mi denunciador; el que por quererme y por ser querido me despoja y me desnuda y me hace verme como soy; alquien que tiene miedo y que no lo dirá jamás, alguien que hace de su miedo la fuerza que la lleva a vivir como vive", en las páginas 189 y 190 de 62 / Modelo para armar, de Julio Cortázar, y entonces me doy cuenta de que estoy aquí por alguna razón que no es precisamente aprender alemán.

28 agosto 2008

27 agosto 2008

I

Leyendo esto ('suponiendo que empezaras a murmurar un largo poema donde se habla de la Ciudad que también ellos conocen y temen y a veces recorren') te das cuenta de lo estúpida que has sido y reconoces otro sentido a la Ciudad, y te dices: además de recorrerte, el sentido de la Ciudad es asfixiarte, ponerte a prueba tantas veces como sea necesario. O eso anotaste el año pasado, en tu (no)viaje de verano. O eso crees ahora, tras haber respirado las calles de esa ciudad que creías suya, que has conseguido hacerte un poco tuya.

18 julio 2008

cuenta atrás

A veces esperar es demasiado. El sentido de la espera ya no es recorrerte, y lo sabes, ese mismo sentido ha cobrado el significado de asfixia, pero incluso buscas aire en las entrañas del asfalto. En ese asfalto de las ciudades que, a veces, nos ponen a prueba, te dijeron una vez.
A veces, las ciudades son el eco sordo de algo que nunca existió. El maldito recuerdo que te ahoga en su ilusión. A veces, aunque no lo creas, es mejor olvidar, suicidarte en esa página que nunca salió a la luz, suicidaros de una puta vez en la fantasía que nunca llegó a ser recuerdo.
A veces, incluso piensas que esperar ya no vale la pena. O que quizás sea hora de buscar nuevas ciudades, nuevas asfixias, nuevos recuerdos. Sí, igual es hora de empezar de nuevo, de caminar en círculos por ciudades que, aunque conocidas por otros, para ti aún son estrangeras.

A veces piensas que es hora de huir de nuevo.












A veces un gesto basta.


Rayuela (cómo no) me ha hecho sonreír.


Gracias, y buen viaje. Quizás nos veamos a la vuelta.

17 junio 2008

lluevo, llora

'fuiste la llama de mi razón alucinada. No había es-
pacio donde apoyar ya mis símbolos. Te amaré
tanto, decías, y aprendimos la importancia del café
del desayuno en tanto yo salía a robar para ti na-
ranjas. Devoramos el mundo, esa bestia sordo-
muda, para hacernos menos sordos, menos mudos,
siguiendo una ley por la cual buscando crear y des-
truir energía la encuentras en belleza transformada.
Yo no sabía qué pasa cuando péndulo se detiene
porque había visto uno detenido. Llorabas y
llovía. Vi cosas en tus ojos que nadia había visto,
me apretabas la mano buscando exprimir aquella
fruta robada a mí; a nadie; transgénico zumo de
lluvia en lágrimas. La verdad es a veces tan verdad
que se vuelve 100 % cristalina, y así innombrable.



lo más difícil es narrar siempre el presente. Su instan-
taneidad no admite proyecciones, fantasías, desenfoques.
Yo no sé si todo aquello existió porque no sé si existe.
No sé si son ciertas tus manos [aunque sí sé que verosí-
miles] bajo la lluvia, y tus ojos como Polaroids [irrepeti-
bles y mostrando más de lo previsto]. Llorabas. Llovía.
Quién deja a quién si todos andamos diferidos de noso-
tros mismo, dejando atrás lo que entendemos para no
entender lo insoportable: que cada cual es uno y además
no numerable, que vendrán otras, que vendrán otros,
que asusta pensar hasta qué punto todos somos inter-
cambiables. Sé que no podré olvidar cuanto vi en tus
ojos: el aure ionizado sobre nuestras cabezas, tus manos
apretadas [no sé exactamente qué visión pretendían re-
futar]. Puede que fuera yo quien lloraba, puede que fuera
en mí donde llovía. Puede que aún me estés besando, o
que aquel martes [por decir un día] jamás haya existido.'






páginas 12 y 13, Carne de píxel, A. F. Mallo

07 junio 2008

28 mayo 2008




Una constante marca el ritmo de sus días: el viaje. En los últimos meses un viaje supuso el nacimiento de otro y justo antes de emprender el otro, el que ya estaba planeado, nació un segundo, que es a la vez un cuarto, aunque eso ahora no importe. Y así va configurando su autogeografía, y la de nadie más.

03 abril 2008

'Australia. Un viaje'


















En Barcelona la tensión me hizo mantenerme firme, en Mataró ha podido conmigo y he llorado.



Prometí una crónica/crítica/opinión sobre él, pero no puedo escribirla. Y no puedo porque veo cómo el escritor ha crecido desde que, hace ya demasiados años, cuando sólo era mi hermano, decía que él iría a Australia, desde que, aquel verano, finalmente se fue y desde que empezó a escribir este libro. Y no sólo es eso, no, no puedo escribir sobre ello porque yo también he crecido con el fantasma australiano acechándome, porque me he hecho mayor mientras él reescribía y corregía sin cesar desde Argentina, Chile, Chigado o China, sintiéndolo lejos, a la vez que me escribía emails, aproximaciones virtuales que cambiaron nuestra relación de hermano mayor-hermana pequeña, para convertirnos en confidentes, en amigos.


En las páginas de Australia. Un viaje hay vibraciones, sentimientos errantes, en constante movimiento. Además, es inevitable no desear formar parte de ese movimiento que es el libro mismo, ese libro que es un viaje, que fue un viaje que devino libro porque así había sido soñado por el autor. Es posible entrar en ese devenir que no cesa a través del juego lingüístico que brinda el uso de la segunda persona, aunque extraña al principio, muytentadora después. En mi caso, demasiado tentadora: desde las primeras páginas me sumergí en él y sólo reaccioné al verme llorando la desgracia de Matilde en el autobús 41, camino de la facultad, una mañana fría y de lluvia. Sí, he dicho que no podía escribir sobre ello, y no puedo, deben creerlo, me he vuelto a sorprender llorando.




Gracias J.


18 marzo 2008

He hecho lo correcto, sí. La he roto. Sí: en mil pedazos. He acabado con el último trozito de Horacio que quedaba en mi pieza, en nuestra pieza, pues Rocamadour sigue aquí, aunque aquella noche se pusiese tan malito y Horacio tuviese que correr en busca de aquel suizo que decía que era médico pero que no supo hacerle bien a mi pequeño. Sí, a Horacio correr se le daba muy bien. Corría arriba y abajo, de un boulevard a otro, de una pieza a otra, pero siempre regresaba a la nuestra, aunque malhumorado, excusándose a medias tintas. Ahora soy yo la que corre, dejando atrás demasiadas cosas, me diría Horacio. Corro por el boulevard Saint-Michel, pasando por delante de la boutique de Mme Léonie (dejó las cartas, Horacio, las dejó olvidadas en un cuarto de hotel, y decidió abrir un negocio: vende hierbas que promete curan todos los males, menos el de amor, para ése dice que aún no ha encontrado remedio, aunque a vos eso no os importa, vos no sabés qué es el amor, o lo disimulabas muy bien, che), por los jardines de Luxemburgo, por la librería en la que tanto te gustaba perderte, donde yo no era capaz de encontrarte, como en ninguna parte, y al llegar al Sena me paralizo un instante, pero giro a la izquierda, ya no es momento de probar la suerte, ya no creo en las casualidades, y corro entre los paseantes solitarios hasta llegar al Pont des arts, ¿recuerdas, Horacio, nuestro primer capítulo?. Y allí, de pronto, tan sólo necesito dejarme ir, paf, se acabó.

16 marzo 2008

Cortazariano (una vez más, o menos)


























'Puesto que no la amaba, puesto que el deseo cesaría (porque no la amaba, y el deseo cesaría), evitar como la peste toda sacralización de los juegos. Durante días, durante semanas, durante algunos meses, cada cuarto de hotel y cada plaza, cada postura amorosa y cada amanecer en un café de los mercados: circo feroz, operación sutil y balance lúcido. Se llegó así a saber que la Maga esperaba verdaderamente que Horacio la matara, y que esa muerte debía ser de fénix, el ingreso al concilio de los filósofos, es decir a las charlas del Club de la Serpiente: la Maga quería aprender, quería ins-truir-se. Horacio era exaltado, llamado, concitado a la función del sacrificador lustral, y puesto que casi nunca se alcanzaban porque en pleno diálogo eran tan distintos y andaban por tan opuestas cosas (y eso ella lo sabía, lo comprendía muy bien), entonces la única posibilidad de encuentro estaba en que Horacio la matara en el amor donde ella podía conseguir encontrarse con él, en el cielo de los cuartos de hotel se enfrentaban iguales y desnudos y allí podía consumarse la resurrección del fénix después que él la hubiera estrangulado deliciosamente, dejándole caer un hilo de baba en la boca abierta, mirándola extático como si empezara a reconocerla, a hacerla de verdad suya, a traerla de su lado.'



fragmento del capítulo V, Rayuela, Julio Cortázar
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Corrían días de invierno, de frío y nieve, en París. La Maga revolvía estas palabras absorta en su taza de café: Horacio o la muerte, o la muerte, directamente, que es lo mismo que Horacio. En su cabeza los términos se confundían en un mismo sentimiento amargo. Aún sin saberlo, podía imaginar lo que en unos días iba a acontecer. Por eso se empeñaba en dejar morir sus últimas horas en París, rodeada de gente, en diferentes cafés, para sentirse menos sola, pensando cómo explicaría todo eso a su vuelta sin caer en la trampa de usar las palabras que el mismo Horacio usaría si tuviese que hacer de eso una historia, un relato para una revista, para poder vivir un mes más en París, y poder comprar tabaco, y mate, y un poco de vodka para la próxima reunión del Club. Pero la trampa era inevitable, no se había dado cuenta y ya estaba anotando las palabras que, seguro, hubiese utilizado Horacio en esa situación. La tristeza también era inevitable: Horacio no estaba ni estaría, jamás, en esa ciudad, compartiendo el mismo tiempo y espacio con ella, porque, se había dado cuenta, vivían en esferas completamente diferentes, por no hablar de la distancia que mediaba entre ellas. Por no hablar, claro, de que esa palabra no se le había agarrado a las entrañas, como a ella.

17 febrero 2008

Escribo compulsivamente, pero la pantalla me devuelve el eco sordo de mis propias palabras. Aunque trato de sobrevivir a los días, muero poco a poco, al compás de mi teclear desafinado. Se me ocurren distintos modos de continuar esta historia. También, a veces, creo que ya es suficiente y pienso en diferentes finales. Podría jugar con el destino de los personajes, hacerlos huir en direcciones opuestas, separar sus caminos de modo que jamás se volviesen a encontrar.
Incluso podría, por qué no, acabar con esta historia arrastrando el archivo que la custodia a la papelera de reciclaje. Pero no quiero: no puedo si tan sólo pensar en eso. No soy capaz de ordenar a mis dedos la deconstrucción de algo que me ha llevado tanto tiempo aprender a sentir. No puedo suicidarnos con romper una página, aunque no me canse de leer ese verso. No, no y no. No al cubo. No a la máxima potencia. Infinitamente no. No puedo escribir yo sola esta historia.

10 febrero 2008

El sentido de la espera es recorrerte, de pies a cabeza, o al revés, haciéndote temblar como una luna en el agua, recordándote que andás más vivo que nunca. No sé por qué me he empeñado en dar forma a esto durante todo el fin de semana. No sé, tampoco, por qué, no me había dado cuenta antes, muchos días antes (sí, aún no he aprendido a contar los meses), de que esperar no siempre es una pérdida de tiempo. No sé, por último, por qué, tras ese breve café de miradas intercaladas, me vinieron de golpe las cosas que te hubiera dicho, las cosas que nunca te digo.
Será que los días pares me entontecen. Será, quizá, que te echo de menos.

22 enero 2008

'Escucho tu silencio.
Oigo constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta. '



'Me basta así', Ángel González.