Escribo compulsivamente, pero la pantalla me devuelve el eco sordo de mis propias palabras. Aunque trato de sobrevivir a los días, muero poco a poco, al compás de mi teclear desafinado. Se me ocurren distintos modos de continuar esta historia. También, a veces, creo que ya es suficiente y pienso en diferentes finales. Podría jugar con el destino de los personajes, hacerlos huir en direcciones opuestas, separar sus caminos de modo que jamás se volviesen a encontrar.
Incluso podría, por qué no, acabar con esta historia arrastrando el archivo que la custodia a la papelera de reciclaje. Pero no quiero: no puedo si tan sólo pensar en eso. No soy capaz de ordenar a mis dedos la deconstrucción de algo que me ha llevado tanto tiempo aprender a sentir. No puedo suicidarnos con romper una página, aunque no me canse de leer ese verso. No, no y no. No al cubo. No a la máxima potencia. Infinitamente no. No puedo escribir yo sola esta historia.