17 febrero 2008

Escribo compulsivamente, pero la pantalla me devuelve el eco sordo de mis propias palabras. Aunque trato de sobrevivir a los días, muero poco a poco, al compás de mi teclear desafinado. Se me ocurren distintos modos de continuar esta historia. También, a veces, creo que ya es suficiente y pienso en diferentes finales. Podría jugar con el destino de los personajes, hacerlos huir en direcciones opuestas, separar sus caminos de modo que jamás se volviesen a encontrar.
Incluso podría, por qué no, acabar con esta historia arrastrando el archivo que la custodia a la papelera de reciclaje. Pero no quiero: no puedo si tan sólo pensar en eso. No soy capaz de ordenar a mis dedos la deconstrucción de algo que me ha llevado tanto tiempo aprender a sentir. No puedo suicidarnos con romper una página, aunque no me canse de leer ese verso. No, no y no. No al cubo. No a la máxima potencia. Infinitamente no. No puedo escribir yo sola esta historia.

10 febrero 2008

El sentido de la espera es recorrerte, de pies a cabeza, o al revés, haciéndote temblar como una luna en el agua, recordándote que andás más vivo que nunca. No sé por qué me he empeñado en dar forma a esto durante todo el fin de semana. No sé, tampoco, por qué, no me había dado cuenta antes, muchos días antes (sí, aún no he aprendido a contar los meses), de que esperar no siempre es una pérdida de tiempo. No sé, por último, por qué, tras ese breve café de miradas intercaladas, me vinieron de golpe las cosas que te hubiera dicho, las cosas que nunca te digo.
Será que los días pares me entontecen. Será, quizá, que te echo de menos.