15 julio 2009

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Volver no significa subir al avión que te devuelve a tu ciudad. Ese es el primer paso, el estado intermedio se desarrolla en los días, tal vez meses (cruzo los dedos y pienso en días, en lugar de meses) posteriores.

Hace exactamente un mes que me despedí de mi nueva vida para regresar a la de siempre, a la que yo creía que nunca más iba a ser la misma. Una vez más: estaba equivocada.

Como decía Toni: las cosas no han cambiado tanto, vosotros no habéis cambiado tanto, ni yo, que creía lo contrario, he cambiado tanto. Aunque ahora mire de otra manera, todo sigue estando en su lugar. Como siempre.


Creo que ya estoy de nuevo en casa.

24 mayo 2009

Ir / volver

En menos de 48 horas estarás en tu casa. En la que siempre ha sido tu casa (tus padres y tus hermanos se mudaron allí cuando tú tenías unos meses, en la otra no había espacio suficiente para todos). Pero ahora sientes que tu casa es esa desde la que escribes este post. Y hablas de la otra como 'la casa de tus padres'. Tienes que aprender a volver a sentirla tuya, porque tienes que volver. Te repites una y otra vez. Y es justo ahora, a menos de dos días de tu vuelta, cuando sientes crecer de nuevo las dudas. Te marchaste hace poco más de ocho meses. En todo ese tiempo has vuelto dos veces. Ahora ya no sabes si vas o vuelves. Seguramente los dos verbos caben aquí: vas a reencontrarte con todo, vuelves a ocupar tu lugar.
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Todo es menos de lo que pensabas. La distancia te ha mostrado una perspectiva nueva: el prisma que es tu vida no tiene tantas caras. Tu mirada poliédrica ha aprendido a ver las cosas tal como son, dejando a la imaginación en su lugar (éste). Pero la realidad que ves te asusta, aunque ya no quieras, o puedas, mirar hacia otro lado, como has hecho tantas veces, y sientas la necesidad de reconocer tu miedo. Tienes miedo a volver. Aunque ya hace varios días que lo sientes, hoy lo has dicho en voz alta por primera vez. Tienes miedo a volver y a descubrir que todo ha cambiado demasiado. Que tú hayas cambiado demasiado.
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Y tu lugar está en Barcelona. Lo sabías antes de marcharte. Pero sólo ahora sabes que, a tu vuelta, vas a ser capaz de apreciar lo que te espera. Antes (sí, un erasmus marca un antes y un después en la vida de cualquier estudiante) sobrevalorabas lo más insignificante, olvidando lo realmente importante, mientras malgastabas las teclas de tu portátil escribiendo posts sin sentido. Ahora, que tu vida ha cobrado otro sentido, sabes que no quieres seguir viviendo una ficción, aunque tu mayor pasión sea la literatura. Y es que prefieres dar abrazos a recrearlos, hacer el amor a describirlo, sufrir a imaginarlo.

07 mayo 2009

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Han pasado casi ocho meses desde que llegaste a esta ciudad, sola. Echas la vista atrás y empiezas a sentir el vértigo: tu beca es de nueve meses. Los días se escapan entre tus dedos, sin brindarte ni siquiera la oportunidad de retenerlos. Recuerdas perfectamente los meses precedentes a tu llegada: la incertidumbre, las dudas, hacías bien o mal marchándote, dejando esa vida a la que creías que estabas acostumbrada, emprendiendo un viaje que no sabías exactamente hacia dónde te iba a llevar.
Te recuerdas, hace exactamente un año, y no te reconoces. Eres tú, siempre has sido tú, aunque algunos no se diesen cuenta, aunque, seguramente, ni tú misma lo supieses. Aceptaste la beca como si de un reto se tratase. Querías huir, cuanto más lejos, y por más tiempo, mejor. Había demasiadas cosas en tu ciudad, en tu vida, que te acorralaban hasta la asfixia: demasiados miedos acumulados. Por eso, y no por otros motivos, decidiste irte. Aunque lo intuías, no has tenido la certeza de todo eso hasta hace muy poco tiempo.
Ahora sabes que el final será más duro que el principio, aunque no lo hubieses imaginado nunca. Hubiese sido más fácil volver durante las primeras semanas, cuando aún todo te parecía nuevo, extraño, frío. Justo ahora entiendes que tu vida es otra, que ha crecido, contigo, durante todos estos meses. Eres consciente de que una parte de ti nunca regresará. Comprendes, también, que no podrás llevarte, tampoco, contigo, a esas personas que han empezado a formar parte de ti durante todo este tiempo.
Sientes una sensación extraña al pensar en el final. En tu cabeza bailan las ganas de volver con el deseo de que esto no acabe jamás. Aunque lo único que realmente sabías de todo esto era que duraría un tiempo limitado, ahora quieres dilatarlo al máximo. Crees que a tu vuelta te estarán esperando. Los has echado tanto de menos que no sabes cómo expresarlo. Por eso tienes ganas de volver. Pero sabes que luego extrañarás a los que se quedan aquí. Y piensas si la vida consiste en eso, en echar de menos.
Quizás solo tienes un día tonto.

31 marzo 2009

Los miedos

Cómo decirlo a nadie si tú mismo no podrías saber que la mención de tu nombre, el paso de tu imagen en cualquier recuerdo ajeno me desnuda y me vulnera, me tira en mí misma con ese impudor total que ningún espejo, ningún acto amoroso, ninguna reflexión despiadada pueden dar con tanto encono; que a mi manera te quiero y que ese cariño te condena porque te vuelve mi denunciador; el que por quererme y por ser querido me despoja y me desnuda y me hace verme como soy; alguien que tiene miedo y que no lo dirá jamás, alguien que hace de su miedo la fuerza que la lleva a vivir como vive.

Julio Cortázar, 62 / Modelo para armar, páginas 189-190

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Preámbulo
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Hace frío, piensas, o dices, no lo recuerdas, mientras tratas de averiguar cómo encender la calefacción. Avanzáis por la autopista del Maresme, camino al aeropuerto. Ya habéis dejado atrás Mataró. Hay tanta niebla que te parece flotar sobre el asfalto. Es tu padre, siempre, quien te acompaña en los primeros pasos de tu huída. A veces os acompaña también tu madre, pero hoy no. Son sólo las cuatro y media de la mañana. Todavía no ha amanecido. Sabes que tu avión despegará a las seis y media, no antes. Además, no tienes equipaje que facturar. Pero prefieres que te deje en el Prat pronto, así evitas más nervios de los necesarios. La espera prefieres vivirla sola, aunque ellos a veces no lo entiendan.
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Antes de salir de casa le has dicho un “adiós, te llamaré cuando llegue” rápido a tu madre, no te gustan las despedidas. A ella tampoco, aunque después de cerrar la puerta tras de sí haya ido corriendo a asomarse al balcón, para darte un último adiós gestual, desde la altura, como siempre que se queda en casa mientras tu padre te lleva al aeropuerto a esas horas intempestivas. Piensas en todo lo que te encargó Miriam y estás segura de que junto a tus escasas mudas no has olvidado poner el regalo que Lorena y tú le habéis comprado para su cumpleaños. Te das cuenta, mientras recorréis la ronda de dalt, de que ni siquiera le preguntaste a Lorena si quería hacer ese viaje contigo. Y le mandas un mensaje de texto.
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En el coche la conversación ha sido mínima. Pero no te sorprende. A tu padre le cuesta hablar en esos momentos previos, cuando la certeza de tu partida adquiere realidad. Tampoco le gustan las despedidas. Por eso, mientras tú dejas la maleta en la parte trasera, él enciende el equipo de música y la voz de Ana Reverte inunda el interior del coche. Es una elección sentimental: en la banda sonora de tus viajes al Sur, cuando aún eras pequeña, siempre había un espacio reservado para ella. En casa, todos sabéis sus canciones de memoria. Aunque es a tu padre al que realmente siempre le ha gustado ese tipo de música. Y sí, siempre escucháis el mismo disco, por eso los instantes que preceden a tu llegada al aeropuerto transcurren a ritmo de fandango. Track 13. Ya estás, de nuevo, sola.

22 marzo 2009

(entreacto)

Y siempre entre paréntesis:
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El miedo a la hoja (pantalla) en blanco,
al error en el uso de la persona incorrecta del verbo,
la duda al aplicar la tinta sobre el papel.
O el miedo a caer en el error de la repetición:
de la repetición del mismo error, quiero decir.
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También la náusea ante la idea de volver a vomitar páginas y páginas
que nunca formarán una historia real (verosímil).
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[Sale el miedo. Entras tú en escena]

04 marzo 2009

Él, de nuevo él

El vuelo está siendo horroroso. Una azafata con acento isleño ha anunciado que, debido al mal tiempo, se preveen turbulencias hasta el aterrizaje en el aeropuerto italiano. Y a ti no se te ocurre nada mejor que sacar el cuaderno y el lápiz de tu bolso y disimular tu recién estrenado miedo a volar escribiendo, como si estuvieses totalmente habituada a la situación. Recuerdas el punto en qué dejaste la historia y decides no contar lo que siguió a la maldita pregunta. Retomas las notas a partir de esa noche. Y escribes:
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Algo parecido te iba a suceder al día siguiente. Aunque todavía no podías tener ni idea. Habías llegado a casa tarde, después de haber pasado el día con algunos amigos en esa ciudad que sientes un poco tuya. Primero saludaste a tus padres y sólo después de contarles lo mucho que habías sonreído con cada uno de ellos, fuiste directamente a tu habitación. Bien, no directamente, antes pasaste por el baño. Esa maldita obsesión tuya de lavarte las manos cada tres por dos.
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Mientras te desnudabas, en esa habitación que ha sido tuya durante tantos años (ahora la tuya está lejos, en otra casa, en otra ciudad, en otro país, aunque aquí reconozcas viejos olores, antiguos momentos), sonó tu móvil. Y te sorprendió, no esperabas ningún mensaje. O sí, quizás sí lo esperabas, aunque no conscientemente. De modo que olvidaste ponerte la camiseta del pijama, y aunque sentías el frío en tus senos, recorriste en diagonal la habitación, hasta alcanzar el teléfono.
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Era un mensaje. Lo leíste. Pero no lo acabaste de creer. Y lo volviste a leer. En ese momento no supiste hacer otra cosa: tus dedos se avalanzaron sobre el diminuto teclado del aparato y enviaron un 'de acuerdo, hasta mañana' suicida como respuesta. Las palabras parecían repetirse, multiplicarse. Él, él, Él, él por tres, Él al cubo. Y tú, medio desnuda, pensabas en ellas, y las repetías sin darte cuenta. Mañana, un café, en el bar de siempre, el de la playa. Y de pronto, Él, el de tu pasado, el que había estado en esa misma habitación contigo, se convirtió en él, en minúscula.
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03 marzo 2009

sincero

Los minutos que preceden a cualquier encuentro son terribles. Quiero decir, terriblemente bellos. Son esos momentos en que dudas de si realmente debías acudir a la cita, en los que te convences de que sí, de que claro que debías ir, en los que te miras en los escaparates para comprobar que realmente tu aspecto no es del todo horroroso, aunque hayas dormido más bien poco y las ojeras te delaten.
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Habías pensado en ese momento desde la última despedida, desde que empezastéis a hablar cada día, desde que las horas se convirtieron en minutos para vosotros. Habías imaginado el encuentro. De pronto te das cuenta de que estás ahí, y tan sólo faltan diez minutos para la hora acordada, pero tú ya estás allí, esperando. De hecho, no te asombras, eso siempre se te ha dado bien, esperar ha sido tu modo de vivir durante mucho tiempo.
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Entonces te sientas, de nuevo, a esperar, pero por primera vez en mucho tiempo llegó antes de la hora prevista, sin hacerte esperar demasiado. Y te sonrió, de lejos, mientras tú te acercabas lentamente, demorando el momento del encuentro, pero también sonriendo, aunque sin darte cuenta. Y pensaste en el tiempo que había pasado desde que un momento así no te brindaba la oportunidad de sonreír.
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Estáis tan cerca que no sabes qué hacer. Dos besos, un cómo estás torpe, y descubrir que tras su sonrisa se esconde una mirada que no es capaz de dejar de ser triste. Paseáis. Al principio echáis a andar y tú no sabes exactamente qué decir, pero él cubre tu silencio con sus palabras. Te entiende, y piensas que no quiere que te sientas incómoda. Por eso bromea. Y te mira sin esquivar tu mirada.
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Cuando te das cuenta ya habéis dejado atrás el puerto antiguo, ya estáis delante del mar. Pero no os detenéis, seguís caminando sin saber muy bien a dónde váis, sin tampoco preguntaroslo, mientras te cuenta cómo han sido los últimos días. Y lo entiendes de primeras, sin pestañear, dándote cuenta de que realmente habláis el mismo idioma. Aunque tú eso lo supiste desde el primer momento.
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Y sientes cómo los nervios trepan desde tu estómago, alcanzando tu garganta, entorpeciendo tus palabras ensayadas: no querías hablar de ello, no querías preguntarle sobre ello, no querías, no pretendías hacerlo, pero lo has hecho, ya no hay vuelta atrás, y él parece responderte con gusto. Es en ese momento preciso cuando te das cuenta de que te has convertido en su amiga, y te acecha la duda. No sabes si realmente querías ser su amiga.
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El problema, piensas, es que últimamente nunca sabes realmente lo que quieres. Tienes miedo a casi todo (incluso a los aviones), y cuando te sobreviene el miedo huyes. Siempre en la dirección incorrecta. Por el miedo. Claro. Cualquier excusa te sirve para hacer la maleta y salir corriendo. Aunque ahora piensas que eso no volverá a suceder. Ahora, por fin, crees saber lo que quieres, y donde, y como lo quieres. Pero cuando te das cuenta de todo esto ya estás de nuevo en el asiento de un avión, mirando cómo el mar desaparece, a lo lejos.

14 febrero 2009

Esa palabra

a petición de E.



El amor es arriesgar: tu pasado por un futuro nuevo, diferente. Vaciarse de recuerdos, también de los buenos, para evitar caer en la trampa de la comparación. Sentir cómo se te revuelven las entrañas, cómo ese amor se te agarra al alma y condiciona los latidos de tu corazón. Saber que es eterno, mientras dura, y aún y así entregarte a él sin ese miedo que nos recorre la espina dorsal antes de dejar que nos roben un primer beso, antes de permitir que nos amen, antes de concedernos el placer de amar.
El amor es, también, ensayar: descubrirlo, reconocerlo, probrarlo, apreciarlo, perderlo, para finalmente comprenderlo. Para, a fin de cuentas, entender que en el amor es imprescindible la interacción de dos personas dispuestas a amar, pero también a sufrir, a reír, a llorar, a olvidar. El amor es, indudablemente, también desamor. Y el néctar del desamor sólo es apto para el paladar de los valientes, de los que no dudan en arriesgar por amor.

14 enero 2009

Personal

Leo:
'E nei Canti Orfici si parla ossessivamente della ricerca di un'unità del "viaggio verso una ricomposizione impossibile'. Marco A. Bazzochi.
Y recuerdo:
Hace, más o menos, un año, hablaba, como Dino Campana, obsesivamente del viaje, de la huida. Preparaba, ansiosa, mi viaje a la Bretaña Francesa. Leía, escribía, guiada por una necesidad de búsqueda, de huída, al cabo, de mí misma.
Ahora escribo desde Firenze, y, aunque yo creí que por casualidad, no fue así que me diesen la noticia justo el día antes de volar a París, de tomar tres trenes diferentes desde París a Saumur (Pays de la Loire), para reencontrarme con Miriam, conmigo, y juntas recorrer esa parte del norte de Francia, hasta Pordic, un pequeño paraiso marítimo. En esos días hablamos de la posibilidad de aceptar la beca erasmus (de la imposibilidad de rechazarla), del amor, y el desamor, de un posible viaje-preámbulo a Berlín, el mes de agosto, de cómo nuestras vidas habían cambiado en los últimos tiempos, de las dudas que crecían sin parar, con nosotras.
Entre Francia e Italia aún hubieron dos viajes: el primero, Granada, tres días, y una noticia antes de subir al avión: otra vez las dudas, Berlín. Ese viaje preámbulo deseado. Tampoco fue casualidad.
A partir de ese momento, creí que un viaje precedía necesariamente a otro, y que así iba a ser durante mucho tiempo. Pensé, también, en la imposibilidad de enamorarme, de centrarme en un lugar, de dejar de hacer y deshacer maletas.

09 enero 2009

Hace tanto frío que me sangran los labios.

El rojo de la sangre sobresale en la gama de colores de esta ciudad: gris, en todas sus tonalidades. Gris oscuro el asfalto, los adoquines. Gris ceniza el cielo, el aire. Gris perla el ambiente de Firenze, la ciudad del invierno, del frío. Hace tanto frío que me cuesta teclear estas palabras en el teclado gélido de mi portátil.

Mi sonrisa es, también, gris, pero de un gris escarlata. Ya estoy de nuevo en casa.