18 noviembre 2008

Carlos (notas antiguas)

Carlos es un ave nocturna. Dibuja en el sogiorno mientras yo tomo estas notas, aunque él piense que leo. Escoge una lámina de entre cuarenta, la coloca en vertical, luego en horizontal. Empieza a dibujar sobre el papel pálido. No se decide, borra las líneas casi invisibles antes trazadas, sacude la lámina, dejando el suelo lleno de restos de goma. Parece que prefiere hacer bocetos en un folio antes de dedicarse a la versión definitiva. DIN-A4. Esboza la silueta de muchos animales que yo ni tan sólo recuerdo haber visto jamás. Ahora sí parece estar satisfecho. Vuelve a colocar la lámina DIN-A3, primero en vertical para, finalmente, situarla horizontalmente. Empieza el trabajo definitivo. El lápiz es parte de su mano, de su brazo, de su tronco, de su alma. Sí, Carlos dibuja con el alma, y la tiene de artista. Parece imaginar al son de la música, parece que la música lo lleve a imaginar ese pavo real, orgulloso, con corona. Con las acuarelas da vida a esos animales que yo no conocía, hasta ahora.

Morelliana (I)

Hay días en los que parece que acabo de trasladarme, aunque ya hayan pasado un par de meses de días largos y fríos desde que estoy aquí, desde que miro por las mismas ventanas hacia una ciudad que no es, de momento, muy mía. Poco o mucho podría decir sobre lo que me rodea: conozco las paredes de mi casa, también el barrio y la (mi) ciudad, y sus rincones, pero, sobre todo, puedo decir que conozco al vecino del primer piso y que, si no es así, dejo que mi imaginación lo invente a su antojo.
El primer día la Piazza del Carmine me pareció triste. Ascendí por las escaleras descuidadas del palazzo en el que íba a vivir contenta, a la par que intrigada. Me fuí fijando en cada uno de los campanelli, donde figuran los nombres de los propietarios. La mayoría de esos nombres me parecieron extraños, desconocidos, o italianos, sin más, pero hubo uno que me hizo sonreír: Morelli.
Morelli dejó París por Firenze, estoy convencida. Lo describo como un anciano, pues así lo imagino desde el ventanal de mi cocina. Con la distancia que impone, severo, el patio interior del edificio, me es muy difícil ver con exactitud al sr. Morelli. De momento sólo puedo decir que el vecino escribe mecánicamente: por la mañana, con una taza de café al lado derecho de su Olivetti (no alcanzo a distinguir el modelo desde mi ventana), el cenicero a la izquierda (debe ser zurdo), a mediodía, después de comer, al atardecer, por la noche (cuando cambia café por vino, Olivetti por ordenador portátil).