24 mayo 2009

Ir / volver

En menos de 48 horas estarás en tu casa. En la que siempre ha sido tu casa (tus padres y tus hermanos se mudaron allí cuando tú tenías unos meses, en la otra no había espacio suficiente para todos). Pero ahora sientes que tu casa es esa desde la que escribes este post. Y hablas de la otra como 'la casa de tus padres'. Tienes que aprender a volver a sentirla tuya, porque tienes que volver. Te repites una y otra vez. Y es justo ahora, a menos de dos días de tu vuelta, cuando sientes crecer de nuevo las dudas. Te marchaste hace poco más de ocho meses. En todo ese tiempo has vuelto dos veces. Ahora ya no sabes si vas o vuelves. Seguramente los dos verbos caben aquí: vas a reencontrarte con todo, vuelves a ocupar tu lugar.
x
x
Todo es menos de lo que pensabas. La distancia te ha mostrado una perspectiva nueva: el prisma que es tu vida no tiene tantas caras. Tu mirada poliédrica ha aprendido a ver las cosas tal como son, dejando a la imaginación en su lugar (éste). Pero la realidad que ves te asusta, aunque ya no quieras, o puedas, mirar hacia otro lado, como has hecho tantas veces, y sientas la necesidad de reconocer tu miedo. Tienes miedo a volver. Aunque ya hace varios días que lo sientes, hoy lo has dicho en voz alta por primera vez. Tienes miedo a volver y a descubrir que todo ha cambiado demasiado. Que tú hayas cambiado demasiado.
x
x
Y tu lugar está en Barcelona. Lo sabías antes de marcharte. Pero sólo ahora sabes que, a tu vuelta, vas a ser capaz de apreciar lo que te espera. Antes (sí, un erasmus marca un antes y un después en la vida de cualquier estudiante) sobrevalorabas lo más insignificante, olvidando lo realmente importante, mientras malgastabas las teclas de tu portátil escribiendo posts sin sentido. Ahora, que tu vida ha cobrado otro sentido, sabes que no quieres seguir viviendo una ficción, aunque tu mayor pasión sea la literatura. Y es que prefieres dar abrazos a recrearlos, hacer el amor a describirlo, sufrir a imaginarlo.

07 mayo 2009

...

Han pasado casi ocho meses desde que llegaste a esta ciudad, sola. Echas la vista atrás y empiezas a sentir el vértigo: tu beca es de nueve meses. Los días se escapan entre tus dedos, sin brindarte ni siquiera la oportunidad de retenerlos. Recuerdas perfectamente los meses precedentes a tu llegada: la incertidumbre, las dudas, hacías bien o mal marchándote, dejando esa vida a la que creías que estabas acostumbrada, emprendiendo un viaje que no sabías exactamente hacia dónde te iba a llevar.
Te recuerdas, hace exactamente un año, y no te reconoces. Eres tú, siempre has sido tú, aunque algunos no se diesen cuenta, aunque, seguramente, ni tú misma lo supieses. Aceptaste la beca como si de un reto se tratase. Querías huir, cuanto más lejos, y por más tiempo, mejor. Había demasiadas cosas en tu ciudad, en tu vida, que te acorralaban hasta la asfixia: demasiados miedos acumulados. Por eso, y no por otros motivos, decidiste irte. Aunque lo intuías, no has tenido la certeza de todo eso hasta hace muy poco tiempo.
Ahora sabes que el final será más duro que el principio, aunque no lo hubieses imaginado nunca. Hubiese sido más fácil volver durante las primeras semanas, cuando aún todo te parecía nuevo, extraño, frío. Justo ahora entiendes que tu vida es otra, que ha crecido, contigo, durante todos estos meses. Eres consciente de que una parte de ti nunca regresará. Comprendes, también, que no podrás llevarte, tampoco, contigo, a esas personas que han empezado a formar parte de ti durante todo este tiempo.
Sientes una sensación extraña al pensar en el final. En tu cabeza bailan las ganas de volver con el deseo de que esto no acabe jamás. Aunque lo único que realmente sabías de todo esto era que duraría un tiempo limitado, ahora quieres dilatarlo al máximo. Crees que a tu vuelta te estarán esperando. Los has echado tanto de menos que no sabes cómo expresarlo. Por eso tienes ganas de volver. Pero sabes que luego extrañarás a los que se quedan aquí. Y piensas si la vida consiste en eso, en echar de menos.
Quizás solo tienes un día tonto.