07 septiembre 2008

crónicas berlinesas a destiempo (III)

Transcribo:


12 Agosto '08

Friedrichshain, Berlín

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"Dormir, entonces, el olvido pequeño"

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Al mirar la foto veo los ojos de J. Esta tarde, de camino a Casiopeia, cruzando el puente de Warschauer Str., lo he comprendido todo. A veces un gesto basta, no me cansaré de repetirlo, lo sé. Y hoy ese gesto ha sido suficiente para saber por qué estoy aquí, por qué nos hemos encontrado, por qué estoy cansada de salir huyendo cuando se nubla.
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Nos despedimos rápido, sin saber, una vez más sin ni siquiera sospecharlo, que vamos a vernos en un par de horas. Cristina acaba de llamarme, ya están en Berlín, después de 3 días y 1800 kms. Voy hacia la parada de metro casi corriendo, sonriendo, quiero pasar por el quiosco a comprar cervezas antes de que lleguen a casa. El metro no llega, la línea U1 está en obras, los retrasos son habituales. Suena el móvil, se han perdido, pero alguien les indica amablemente, y Alberto asiste con la cabeza, aunque no tiene ni idea de alemán. Me subo en el primer vagón.
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Espero impaciente en el puente, pero no llegan. Vuelve a sonar el móvil, intento indicarles, mapa en mano, pero es conocida mi falta de orientación. Decido subir a casa y diez minutos después me reúno con ellos en el portal. Con su llegada empieza otro viaje para mí, aunque, una vez más, ni lo imagine. Alberto cumple años hoy, hay mucho que celebrar.

05 septiembre 2008

crónicas berlinesas a destiempo (II)

Transcribo:

9 de agosto '08
Kreuzberg, Berlín
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*Son las siete de la mañana. Escribo desde la terraza de mi apartamento, mientras tomo café, antes de irme a la cama.
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Ver amanecer paseando por la isla de los museos es fantástico, sobre todo después de haber pasado horas y horas charlando en un 'bar de playa', como dicen aquí, artificial, dentro de una casa ocupa que dejará de serlo pronto, con gente que hace escaso tiempo que conoces, gente que, aparentemente, es tan diferente a ti, aunque en el fondo no lo sea tanto.
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La noche empezó por la tarde, cuando te fuiste con J., un amigo madrileño con el que compartes las clases de alemán y, aunque aún no lo sepas, compartirás algo más,y comprastéis cervezas en un turco que hay cerca de su casa, y subistéis a su apartamento, donde A., su amigo de la facultad y compañero de viaje había preparado un couscous con verduras delicioso, y lo que debía ser una cena más o menos rápida se convirtió en una velada encantadora cuando apareción J.A. y M. con más cervezas, y nos demoramos más de la cuenta debatiendo sobre asuntos que podían esperar.
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En la calle hacía frío, y decidiste pasar por casa (aunque se te haga muy extraño, es tu casa) a cambiarte, antes de ir hacia el café Zapata, donde hace ya un par de horas debiáis haberos reunido con otros compañeros del curso. Y una vez allí seguís tomando cerveza, y charlando, mientras subís por las escaleras grafiteadas de la antigua fábrica y visitáis cada uno de los espacios abiertos a esas horas, donde artistas berlineses trabajan en su obra, exponen y venden, o mientras las bajáis bailando, porque a L. le chifla la canción que suena desde la terraza, y te coge y arrastra con ella, descalzas, a bailar sobre la arena (artificial) de ese bar de playa custodiado por palmeras exiliadas, hasta que empieza a ser claro y os dáis cuenta de que son casi las seis de la mañana.
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Entonces, sales del lugar y te hallas a ti misma mirando al cielo, mientras tus compañeros esperan impacientes una ración de nuddels en el quiosco. Empezáis a caminar y la vuelta a casa se te hace eterna, hasta que, girando a la derecha por una calle que hasta entonces no conocías, te encuentras de frente con el río y caminas hacia el amanecer, que parece esconderse tras el BodeMuseum.

03 septiembre 2008

crónicas berlinesas a destiempo (I)

Transcribo:

1 de agosto '08
Kreuzberg, Berlín
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En el café de la esquina hay jazz en directo. De haberlo sabido antes no me hubiese costado tanto salir de casa. Es mi primer día gris aquí, aunque me despertaron los rayos del sol. De un momento a otro, sin que nadie se dé cuenta, empieza a llovr, pero sin dejar de hacer calor, y eso me gusta. El calor de estos días es lo único que me acerca a casa, a mi casa. El alemán es lo que me aleja de todo, aunque la gente se muestre cercana.
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Creo que, hasta ahora, jamás me había sentido realmente sola. Por eso, quizás, me refugio en los cafés. En ellos mi inglés es extraño, estrangero, aunque el camarero me sonría divertido. El hombre del saxo pasa su gorra entre las mesas, espero que mi contribución sirva de algo, la suya me ha alegrado la tarde.
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Llega Guillem y se sienta a mi lado, al estilo parisino, dice él. Tras otro café rápido paseamos juntos hasta la parada de metro más cercana a casa de Hanna y Juan. Me reúno con ellos y con el pequeño para salir a cenar. Con ellos los minutos vuelan. Tomamos pizza y cerveza cerca del río, al otro lado del muro. Julián sonríe mientras duerme en el 'trapo', como le llaman ellos, sobre los senos de su madre. Volvemos a pasear, y a tomar más cerveza, pero esta vez en un BierGarten. La lluvia nos devuelve a casa, pero sin frío.
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4 de agosto '08
Charlottenburg, Berlín
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Leo y copio en mi cuaderno:
"Cómo decirlo a nadie si tú mismo no podrías saber que la mención de tu nombre, el paso de tu imagen en cualquier recuerdo ajeno me desnuda y me vulnera, me tira en mí misma con ese impudor total que ningún espejo, ningún acto amoroso, ninguna reflexión despiadada pueden dar con tanto encono; que a mi manera te quiero y que ese cariño te condena porque te vuelve mi denunciador; el que por quererme y por ser querido me despoja y me desnuda y me hace verme como soy; alquien que tiene miedo y que no lo dirá jamás, alguien que hace de su miedo la fuerza que la lleva a vivir como vive", en las páginas 189 y 190 de 62 / Modelo para armar, de Julio Cortázar, y entonces me doy cuenta de que estoy aquí por alguna razón que no es precisamente aprender alemán.